El discurso del segundo mandato

René Martínez Pineda (@ReneMartinezPi1).
Sociólogo y Escritor (UES-ULS).

EL SALVADOR.- Entre cañonazos cargados con la pólvora de la esperanza colectiva, y con un apoyo inédito de los sectores políticos y económicos, Nayib Bukele, juramentó para un segundo mandato presidencial, y el pueblo que lo acompañó, sin necesidad de buses de alquiler, también fue juramentado, al igual que hace cinco años.

Los ahí reunidos, incluidos mandatarios y delgados de países que tienen la brújula señalando al país, no estaban ahí para oír su discurso -eso hubiera sido doblegarse frente a los protocolos más rígidos y menos importantes-, estaban ahí para acompañarlo, para festejar un triunfo que consideran suyo también, para verlo de lejos y saludarlo, sintiendo que él les devolvía el saludo, porque ese es el ritual de las relaciones sociales basadas en la confianza, el compromiso mutuo y la admiración bien ganada.

Hay que destacar que esta fue la toma de posesión con el mayor número de delegaciones en la historia del país, agregando a ello que su triunfo del 4 de febrero fue reconocido por el 100% de los países del mundo. Sin embargo, a fuerza de ser sinceros, el mayor y mejor reconocimiento, de cara a la legitimidad político-ideológica, es el que le endosó el pueblo en el escrutinio final, tanto de la elección presidencial como de la legislativa y municipal.

Su discurso fue sencillo, certero, preocupado y cotidiano, tal como es su relación con el pueblo, pero estuvo cargado de la indignación radical que provoca el saber que aún hay pequeños grupos que, amparados en la coartada de ser oposición, desean lo peor para el país, o sea que desean que el pasado vuelva a pasar y que el número de asesinados al año sea mayor al número de días que tiene un quinquenio.

Por tal razón, Nayib, inició señalando el camino tormentoso que hemos recorrido, aunque no tan tormentoso y macabro como el lugar del cual venimos, eso que los sociólogos llamamos condiciones heredadas. Hizo hincapié en que venimos del país del miedo (cuya capital era la muerte), y hoy vivimos en el país de la esperanza, la motivación social y la libertad, y ese es un legado que todos estamos moralmente obligados a defender, robustecer y convertir en un algo estructural para que tengamos una sociedad de bienestar.

Con palabras sencillas y agudas, usando el sentido común como sentido extraordinario, el dos veces presidente tocó el corazón del pueblo, lo llamó a trabajar de la mano con el gobierno y a no hacer de la impaciencia un argumento político, usando para ello la metáfora de la sanación de un enfermo terminal de muchos males, a quien hay que curarle primero la enfermedad más urgente (un cáncer social que hizo metástasis), la que, en nuestro caso, era la delincuencia terrorista, cuyas células malignas habían hecho de la corrupción su segunda morada.

El aspecto fundamental del discurso -del cual hay que destacar sus silencios, más que sus sonidos-, fue la promesa de resolver el gran problema estructural del país (la causa vital de los males), o sea resolver el problema económico. Está claro que la segunda gestión estará dedicada a resolver lo importante, luego de haber resuelto lo urgente: remover las causas de los problemas que como país (cuyo clamor subía al cielo, pero no bajaba de él), hemos tenido y tenemos.

En ese sentido, el legado histórico de su segunda gestión será, sin duda, sentar las bases para resolver el problema de la desigualdad social sanando la economía, creando las fuerzas productivas relacionadas con la transferencia de tecnología. Y es que, como si se tratara de un enfermo, los problemas económicos son los que debilitan las defensas, le botan el pelo a la prosperidad pública y le quitan las fuerzas de vivir a un país.

En esa sanación, es fundamental el acompañamiento del sector privado, que tiene claro que: la responsabilidad social empresarial no es solo ofrecer empleo, sino también buenos salarios. Por el lado ideológico y cultural, hay que destacar el llamado del presidente para que el pueblo defienda, con todo, las decisiones que va a tomar (lo que llamó “medicina amarga”), y eso es lo que desea el pueblo, esperando que lo amargo sea probado -por primera vez- por los sectores que históricamente solo han probado lo dulce de la explotación económica.

Eso es lo que desea y espera el pueblo, porque Nayib, a fuerza de la reinvención del país iniciada en 2019, cuenta con la confianza de la inmensa mayoría de la población, que es la que le da el poder que tiene.

En su charla con el pueblo, el presidente trazó el camino a seguir los próximos 5 años: ir de un país seguro, a un país próspero; ir de un país que expulsaba a su pueblo, a un país que la atrae y retiene, cambiando para ello los viejos paradigmas con que los políticos corruptos y charlatanes sempiternos engañaron al pueblo. Pero las cosas han cambiado, y el pueblo ha cambiado aun con mayor intensidad en lo que respecta a la cultura política democrática.

El sábado presenciamos un discurso sencillo y cotidiano que, si dejar de ser así, fulminó a la oposición y su diatriba perversa, una oposición que, creyéndose diseñadora de modas, se quedó enredada en la ropa que usó.

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