La estabilidad social del Pulgarcito de América

El insigne libertador Simón Bolívar solía decir: «El sistema de gobierno más perfecto es aquel que produce mayor suma de felicidad posible, mayor suma de seguridad social y mayor suma de estabilidad política». Si bien es cierto que no hay sistemas de gobierno perfectos, pues la naturaleza humana es imperfecta y por tal sus acciones y creaciones, también es cierto que, en la medida de lo posible, buscar la mayor perfección siempre ha de ser el gran ideal en la vida personal y social.

Es preciso comprender que la historia de la humanidad siempre ha sido de conflicto, guerras, odio y lucha de poder; pero así mismo de esperanza, entrega, servicio e ideales. Esto es lo que ha permitido que la humanidad no desaparezca por su propia mano como probablemente podría pasar. Sin embargo, es de menester plantear realidades y comparaciones que sirven de puesta en común y sobre todo de parangón para determinar el camino más correcto a seguir, o como mínimo a intentar.

De tal manera que cuando se analizan las descompensaciones en la estabilidad social, política y cultural imperante en el mundo actual es importante ser agradecido por el equilibrio con el que se está viviendo en ciertas regiones de América, puntualmente en el pulgarcito de este hermoso y complejo continente. El Salvador está pasando por un movimiento único en su historia y quizá en la historia de los países de la región, ya que Cuscatlán está resurgiendo como poderío regional.

Tal como diría Tony Judt: «Evitar los extremos es una virtud moral en sí misma; además de una condición para la estabilidad política y social». Es precisamente esta condición última la que debe recalcarse en este momento, ya que la estabilidad en todos los campos de la vida solo se alcanza a través de evitar los extremos y el tipo de política y de políticas públicas que se están implementando, más allá de que esté totalmente de acuerdo o no toda la población, si ha permitido estabilidad.

Así pues, no se debe dejar de reflexionar en la grandeza de estar en un «momentum» icónico en la que, sin lugar a duda, sin importar la noción partidaria que se tenga, el país goza de una estabilidad social sin precedentes, no solo por la erradicación de la delincuencia organizada, sino por el clima de tranquilidad imperante en cada calle y esquina de El Salvador, y eso no es poca cosa. Mientras en países diversos se están matando y luchando por intereses específicos, que no siempre son los correctos; en el Pulgarcito de América se está creando una nueva forma de vida.

 Con lo dicho anteriormente, no quiero que se malentienda, no se está diciendo que hay una vida perfecta y deseable ya, eso sería antinatural por la multifactorialidad que implicaría tal empresa; no, solo se está poniendo en la palestra escritural de esta columna que es grato que por fin no sea la nación salvadoreña la que esté en disonancia social y política, esperando claro que las hermanas naciones puedan encontrar ese equilibrio que el pulgarcito está logrando, soltando los extremos y buscando su propia identidad.

Por lo tanto, tal como expresaba tan sabiamente el maestro Mahatma Gandhi: «El que no tiene paz en el interior, está en guerra con todo el mundo». Por ello, quizá y solo quizá por fin nuestra patria está en paz, ya que su interior está siendo estructurada bajo la premisa de la dignidad del pueblo y se espera que ese rumbo nunca se pierda por el gran mal del poder que suele corromper corazones. Esperemos, pues, que impere la paz en las naciones en conflicto y que la nuestra siga siendo ejemplo de estabilidad.

¡Querido lector, busque la paz del alma y verá cómo se extiende como grama en toda la nación este deseo de paz y de verdad; es decir, la estabilidad que solo la da la libertad no para hacer lo que se quiere, sino ¡lo que se debe!

El Salvador cambió para siempre

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