Miss Universo

Es mentiroso el que nació en los ochenta en El Salvador, en plena guerra, cuando la red internet aún no daba señales (al menos en el país), que diga que nunca vio una de las ceremonias de Miss Universo en un viejo televisor en blanco y negro, ya que los de color probablemente eran contados o estaban en hogares privilegiados.

Desde ese blanco y negro viene la historia de esta gala que una vez por año convoca a millones de personas en el planeta, a quienes admiramos la belleza femenina, pero que además nos ponemos exigentes… con lo que dicen, cuando llega el momento de las preguntas.

Miles de salvadoreños de la guerra crecimos reservando un día de octubre para ver el «clásico de otoño», que es como los comentaristas de Canal 4 de la época se referían a la Serie Mundial de Béisbol, y luego, en otro mes, había que hacer un espacio, en sábado por la noche, para ver la gala de Miss Universo, ¡ah!, y también es mentiroso el que diga que no tenía entre sus favoritas a las representantes venezolanas, «por su tradición de mujeres bellas» que para entonces vendían las novelas, series, «show» de comedias y de variedades que se producían en ese país y que era lo que bombardeaban en los viejos televisores de tubo.

Y es que los eventos de belleza son para los latinoamericanos algo así como ver la Copa América o el Mundial de Fútbol, aunque en nada se comparan en cuanto a glamur, pero como es de esperar, las personas, hombres y mujeres, se vuelven «críticos de belleza» o «analistas de moda» de la noche a la mañana, juzgan las competencias en traje de baño o en vestidos tradicionales de un determinado país y el desenlace de esa competencia global como si se tratase de un penalti no cobrado en un clásico Brasil-Argentina; por supuesto, genera polémica o simplemente emociona.

Entre tantas historias o historietas de este evento global no cantonal, en 1987, Cecilia Bolocco, con 22 años y procedente del mundo del diseño de modas, fue la primera chilena en ganar el título universal, en el World Trade Center de Singapur compitió contra 67 reinas de belleza. Años después, en 2001, se casó con el expresidente de Argentina Carlos Saúl Menem, a quien conoció en una entrevista en 1999. Todo al estilo de una novela televisiva.

Pero sigamos. Si en el fútbol hay un pentacampeón, Brasil, en este mundial de belleza también lo hay, es Venezuela, con siete coronas, pero EE. UU. ha ganado nueve, ah, pero hay un país de Centroamérica que lo ha organizado en dos ocasiones: El Salvador (1975 y 2023) y fue la panameña Justine Pasek, quien se convirtió en 2002 en la primera centroamericana como Miss Universo.

Y es que ser sede de Miss Universo no es algo sencillo, solo ser el organizador lanza al país a la retina o al imaginario de millones de ciudadanos de más de 80 países. La imagen de El Salvador está en juego y millones de fans de esos países, como mínimo, como usted o yo, el 18 de noviembre, sin duda, reservaremos un espacio en la agenda para tomar el control, sentarse y disfrutar de la gala 72.ª.

Siempre el anfitrión tendrá detractores (pasa en las piñatas y fiestas rosas) y se enfilan por lo que es más sugerente y básico para polemizar: el precio de las entradas o la comida que se regala, aunque no se dice que a eventos privados, de talla no cantonal ni municipal sino mundial, como la Fórmula 1, la NBA o el mismo Mundial de Fútbol, una entrada puede costar $700 o $3,000, o $4,000, y paremos de contar, y el del Gimnasio Nacional, en San Salvador, es de orden mundial, y entra el que puede pagar… pero, además, se puede seguir en vivo por tv. abierta, por internet o por las pantallas gigantes instaladas en plazas públicas de Santa Ana, San Miguel y en la Plaza Cívica, en el corazón de San Salvador.

Disfruten de la vida, trabajen y relájense.

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