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¿Has sentido el dolor corriendo por tus venas?

by Cipitio Amigo
¿Has sentido el dolor corriendo por tus venas?

René Martínez Pineda

Sociólogo y Escritor, UES y ULS

Al final de todo, y a pesar de todos, la vida es una experiencia paradójica e intensa que no hay que dejar de vivir en piel propia, teniendo en mente que nuestro deber ineludible es dejar el mundo mejor de lo que lo hallamos. No hacer eso, de forma desprendida y ferviente, es sólo sobrevivir. Y en el momento en que iniciamos la vigilia para ponerle fin a la amnesia bicentenaria; en la hora en que enfrentamos los ladridos de las boletas de empeño; y en el minuto premonitorio de la conciencia en que empezamos a ver como inalienable el compromiso social con los más pobres… nos damos cuenta de que: el mejor examen de conciencia lo hace el espejo y sus aciagos intersticios, y que el mejor libro de texto es la calle y sus inquilinos consuetudinarios que, desde la segunda mitad del siglo XIX, lo único que conocen del progreso es el humo negro que deja colgado del cielo y las largas filas de desempleados que garantiza que el salario mínimo no se mueva ni un centímetro.

Si nos quedamos parados en el purgatorio de libros extraños y su infame “sesquipedalia verba” que nos ahoga con sus flatulencias, nunca pasaremos de sus páginas inocuas y no sabremos lo que la utopía social significa e implica cuando se convierte en verbo adjetivado.

Ahora responde -pero responde al reflejo, tú, que te opones a todo lo que va en beneficio del pueblo- si después de tantos libros y pasquines abominables leídos en lenguas que no comprendes, y después de tantos exámenes aprobados, más por las malas que por las buenas: ¿Has conocido en persona, realmente has conocido en carne propia la luna de los poetas que deambulan por la acera de los indigentes; el unicornio azul de los insolentes utopistas que no pueden olvidar la sangre derramada en nombre de un país que apenas empieza a llegar; la lava ardiente de las carencias derritiendo los comedores y letrinas; la maravillosa magia de las madres en la cocina; los pasos telúricos de las mareas desbocadas en las casas que el río sucio besa a diario? ¿has conocido esa realidad que palpita fuera de las ínfulas jesuitas? ¿alguna vez sentiste en carne propia el miedo producto de vivir con tanto miedo?

Al final de todo, y a pesar de las dos serpientes que quieren que la era de la gran criminalidad regrese sobre sus pasos y su sangre, la vida empieza a ser una experiencia llena de decisiones y tentaciones, tan buenas como irrevocables, que no hay que dejar de vivir para saber, por fin, de qué estamos hechos y para qué hemos nacido, teniendo presente que nuestro deber es enseñar a pescar a los otros, no pescar por ellos y, mucho menos, robarles los pescados. Hoy responde tú, que confundes las sumas con las cumas, si después de tantos años de estudio en un seminario extranjero, y de tantos títulos señoriales enmarcados con lujo y colgados en la pared de la sala para presumirle a los vecinos, familiares, amigos, acreedores… y hasta a tus hijos: ¿Has acariciado en persona, realmente has acariciado en lengua propia el plato vacío, el pan sin boca, la boca sin pan, los pies sin sandalias nuevas, los pies descalzos del niño sin juguetes, los juguetes sin niños, las piñatas vacías que se revientan en la comunidad en la que naciste -aunque lo niegues-, el rostro sin santo sudario de esa mujer felina que te desvela con su cuerpo perfecto y con sus dudas sobre el cielo y el infierno aquí en la tierra de nadie?

Haciendo un recuento de ti mismo como si fueras un rosario humano, dime si después de tantos talleres, diplomados, congresos, foros, pruebas del puro que te has hecho, sesiones espiritistas, cursos y capacitaciones incapacitantes recibidas en los sifilíticos y pulcros salones de los hoteles de lujo de San José, dime: ¿Has sufrido en culo propio las patadas de burro que da la vida? ¿Has sentido en la mejilla izquierda un cacerolazo; o el filo mortal de la demagogia del instante; el pujido de la cama sin colchón erótico; el tropezón de la nariz en la letrina abonera; el vahído de la cuchara en una sopa sin plato; la convulsión de la espalda sin camisa; el oxidado jadeo de los zapatos por el betún escurridizo; la caída de la bolsa de valores en la bolsa de la basura que atesoras a tu imagen y semejanza; la artritis del tenedor por falta de ejercicio; la huida con rumbo desconocido de la felicidad; la debilidad del girasol por falta de besos otoñales?

Después de tanto hablar y hablar en favor del victimario de sangre azul que te regaló el título de historiador sin historia propia, al que le sirves de gratis, poniendo una cara de inteligente consumado que le queda floja a tu cerebro consumido: ¿Alguna vez has sentido que sientes el dolor del pueblo? ¿Has vivido la vida en cuerpo propio; has reconocido y conocido en ojos tuyos; ¿has reconocido con cada átomo de la piel que tus manos, tu piel, tu conciencia, tu sexo, tu leve alma, tus purulentos valores mejor hay que tirarlos por la borda del país para que la utopía se arme de valor y sea la mujer cercana y tangible, la mujer que nos habla al oído? ¿O has concluido que lo mejor es enterrarlos en una fosa común del amplísimo panteón de los necios historiados; o que mejor hay que volverlos a inventar para que no hiedan…así como inventamos libélulas que saben besar y un Torogoz que se disfraza de mujer en una esquina sospechosa? Responde, tinterillo de la historia de la escoria: ¿Alguna vez sentiste el dolor del pueblo corriendo por tus venas de papel?

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