Por el periodista Julio Rodríguez
periodistacristiano@gmail.com
@JulioR_ES
EL SALVADOR.- Cuando apenas cruzaba el umbral de la juventud a la adultez, alguien llegó, lo amó y fruto de ese amor surgió un ser que le devolvería las razones de vivir, y aunque el camino se tornó difícil, siempre sonreía al ver que no estaba sola.
Cuando volvía su mirada al regresar a casa después del trabajo, y mientras el sol del atardecer besaba su cabello con rizos dorados, tres pares de huellas se marcaban en el camino, las de ella, su hijo que siempre tomaba su mano y las del Maestro de Galilea. Una nube gris intentó oscurecer el sol de su vida y eso, en su caso, fue imposible porque su fe era inquebrantable y siempre tuvo una actitud acorde a las circunstancias.
Su historia de mujer sola, de madre soltera como suele la sociedad llamarles, sin saber lo que encierra, supone o implica vivir así – no por los ridículos e hipócritas señalamientos sociales – esos al final no importan, cuando la cotidianidad está marcada por el esfuerzo de trabajar, estudiar, salir adelante profesionalmente y cumplir la responsabilidad de mamá-papá. Simplemente, lo había hecho con excelencia.
Una maravillosa mañana de marzo, un percance alteró su planificado día. Desactivó todo compromiso que pudo y se anticipó a advertir que posiblemente llegaría tarde a otros, no permitiría que un problema mecánico en su vehículo – fuera de su control – le arruinara un perfecto día de verano, en el que tenía la bendición de un trabajo y un atrevido sol enamorado de sus rizos dorados.
Parecían oro puro cuando los fortísimos rayos del incandescente sol besaban su cabello, acariciándolo sin pedir permiso. Marzo apenas nacía y anticipaba un verano caluroso, ella lo sintió esa mañana, por eso aceptó un vaso de agua que le ofreció un caballero que residía en la zona.
Ella vestía un elegante atuendo de mujer profesional, inteligente y con un sentido de responsabilidad laboral que la delataban inmediatamente, simplemente era una combinación perfecta de gracia y belleza femenina, con el de una mujer realizada y segura de que la vida es como el sol, que renace cada día, aunque haya nubes grises que lo opacan, pero no lo oscurecen para siempre.
Ese verano particularmente caluroso, el hombre que extendió su mano con un vaso de agua fresca y caballerosamente la acompañó esperando la asistencia para su vehículo – ya tenían algún tiempo de conocerse – la felicitó, era el “Día Internacional de la Mujer”, él reconocía en ella los esfuerzos que le habían permitido ampliar los horizontes académicos, profesionales y económicos que, por cierto, son invisibilizados por la sociedad.
La mañana había avanzado, el viento se volvió cómplice y jugó con su cabello de rizos dorados, que descubrieron sus ojos de mirada encantadora, sus labios adornados por una sonrisa y un discreto camanance que acentuaban sutilmente el color de su rostro, parecía que el cielo contestaba una oración de ambos. Era el tiempo perfecto del Señor para empezar una nueva historia de amor.
Mucha ha sido la tinta con la que se sigue escribiendo esa historia, pero no quieren borrar ninguna letra de lo plasmado en el cuaderno de sus vidas, casi tienen diez años de vivir juntos, sus hijos se han marchado y el caballero sigue ofreciendo un vaso de agua fresca cuando regresan de trabajar y disfrutan su jardín, mientras el sol de la tarde agoniza y muere viendo como él acaricia con sus manos los rizos dorados, que han comenzado a platearse.
“Mujer virtuosa, ¿quién la hallará? Porque su estima sobrepasa largamente a la de las piedras preciosas. El corazón de su marido está en ella confiado, y no carecerá de ganancias. Le da ella bien y no mal. Todos los días de su vida” Proverbios 31:10. A las que no se corrieron, a las que dieron su mejor batalla, a las que esperan un abrazo, a las que crean su oportunidad, en fin, a las que tuvieron fe y actitud para seguir, a todas ¡Feliz Día Mundial de la Mujer!
